La silenciosa amenaza de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) se convirtieron en una preocupante realidad que acecha a nuestros adolescentes. Lejos de ser modas pasajeras o simples caprichos, son enfermedades mentales graves que pueden tener consecuencias para la salud física y emocional. La presión social y la idealización de cuerpos perfectos exacerban el riesgo.

La adolescencia, etapa crucial de desarrollo, es particularmente vulnerable a la influencia de factores como la publicidad, las redes sociales y los comentarios dañinos sobre el peso y la apariencia física. La búsqueda de la aceptación y la validación, combinada con la presión por alcanzar estándares inalcanzables, puede desencadenar una obsesión por la comida y el cuerpo, llevando a conductas restrictivas, atracones, purgas y un deterioro progresivo de la autoestima. La familia, la escuela y la comunidad en general juegan un papel crucial en la creación de un entorno saludable y protector. Es necesario promover una cultura de aceptación y respeto a la diversidad corporal, fomentar una alimentación equilibrada y sin restricciones obsesivas, y educar sobre los peligros de la información errónea y las dietas milagrosas que proliferan en internet.

Como se informó en una reciente producción de LA GACETA, una madre que ante el trastorno que sufría su hija pasó días investigando en las redes sociales, se encontró con los términos “Ana” y “Mía”, códigos utilizados para referirse a la anorexia y a la bulimia. Detrás de una apariencia inofensiva, estos términos encubren comunidades que incitan a niños y adolescentes a adoptar hábitos extremos de restricción alimentaria, promoviéndolos como un estilo de vida. Aunque las redes tratan de intervenir estos conceptos, que empezaron a circular hace unos años, siempre logran reaparecer con videos e imágenes, brindando consejos para dejar de comer, enseñan a utilizar laxantes y dan tips para esconder los trastornos a los adultos.

Hace poco más de un mes se informó que en la Universidad Nacional de Tucumán a través del programa UNT Saludable y el Siprosa se llevan adelante talleres de prevención de los trastornos de la conducta alimentaria. Es imperativo que se refuercen en general las políticas públicas destinadas a la prevención y el tratamiento de los TCA; que se garantice el acceso a servicios de salud mental de calidad y que se realicen campañas de concientización. También, que los padres estén informados y presten atención a los cambios en el comportamiento de sus hijos. Que se creen espacios de diálogo abierto y honesto, donde los adolescentes se sientan seguros para expresar sus inseguridades y miedos sin ser juzgados. Los docentes pueden incorporar contenidos sobre alimentación saludable, imagen corporal y salud mental en sus clases, y estar atentos a posibles casos dentro del aula. Es crucial que se promueva un ambiente escolar inclusivo y respetuoso, donde se combata el bullying y la discriminación basados en el peso o la apariencia. Los Trastornos de la Conducta Alimentaria son una silenciosa epidemia.